"Los diez mil" de Paul Kearney

La contraportada de "Los diez mil" podría considerarse un caso grave de spoilers. En ella se anticipan acontecimientos que ocurren bastante a la mitad del libro, y que son graves, incluso podrían considerarse un "giro inesperado". Claro que, a estas alturas de la vida, con internet y esas cosas, es raro la persona que no sepa que "Los diez mil", es la peculiar versión de "La anabasis" de Jenofonte que ha realizado Paul Kearney en clave de fantasía épica, así que esos acontecimientos eran inevitables y se venían esperando. Los países imaginarios por los que transitan los protagonistas, se parecen mucho a la antigua Grecia y al imperio persa, como evidencia el mapa de la página 6. Si lo miras por internet, la mayoría de los reseñadores alaban su fidelidad histórica. Yo no seré uno de ellos, simplemente porque es un tema del que no entiendo, uno mas, por cierto. Si quieren leer a a alguien que sabe lo que dice cuando alaba o crítica el rigor histórico de un texto, hagánlo en esta página, aunque ya es raro buscar rigor histórico en una novela fantástica.

Aunque, dicho sea de paso, los elementos fantásticos son mas bien inexistentes. El mundo en el que transcurre la historia no es el nuestro, sus dioses no se corresponden con los de ninguna mitología que yo conozca, a pesar de las similitudes de algunos nombres y algunas historias. Existen razas de no humanos, o de tal vez no humanos, puesto que no son demasiado diferentes de los seres humanos. Lo único tal vez sobrenatural son unas misteriosas armaduras negras, pero no hay anillos mágicos, ni hechiceros que lancen rayos.

Básicamente se nos cuenta la historia de una expedición mercenaria, en la que se alistan dos jóvenes que proporcionan el punto de vista inicial. Por lo tanto, las batallas son inevitables. ¡Y qué batallas! No se puede negar que están magnificamente descritas. Son emocionantes, son brutales, sangrientas, aterradoras y extremadamente desagradables. Todo lo que se cuenta parece plausible, en cuanto a armamento, rutas, suministros, intendencia, ese tipo de cosas que parecen ser las que realmente deciden el curso de una batalla, y que no solían estar suficientemente tratadas en las novelas de fantasía épica hace unos años (actualmente la fijación por lo militar empieza a parecer una obsesión). Sin embargo, el gran acierto de Kearney no es este cuidado de los detalles sino lo vividas y creíbles que resultan sus escenas. Tal vez las cosas no sean así, pero podrían serlo. Si no fuera un tópico tan manido diría que el lector siente como propia la experiencia de formar en una falange, sostenido y empujado por las filas que le suceden hacia el ejército enemigo.

Todo está escrito con gran naturalismo, no se trata de que no se camuflen los aspectos menos glamourosas de la vida, sino que se subrayan. La escena de un banquete en un palacio suntuoso de una gran ciudad puede ser sucedida por una batalla en medio de un lodazal. Los soldados sangran, sus heridas se infectan, sus cuerpos se congelan y gangrenan por el frío y el hambre, pierden dientes y son mutilados, los campos de batalla se convierten en carnicerías putrefactas tras los combates, las ciudades por las que pasan quedan abocadas al hambre, y los mismos soldados que en un determinado momento se comportan como héroes disciplinados y valientes, al instante siguiente pueden convertirse en codiciosos saqueadores y violadores.

Y con todo, es un libro bastante bello. Hay belleza y lirismo en las descripciones de los parajes y ciudades por las que se mueve su ejército. El uso del lenguaje es en ocasiones hasta poético. Hay una visión trágica de la vida, se admira el valor y el heroísmo, pero se condena la guerra y se muestran continuamente sus consecuencias. Hay también una reflexión sobre el conflicto cultural. Los dos pueblos que entran en contacto consideran al otro como poco menos que animales. Los diálogos de Jasón y Tiryn, en los que poco a poco se van acercando, a través de la simple traducción de palabras son geniales.

Los personajes están bien trazados, se desarrollan lo justo, sin suponer profundos retratos psicológicos ni personajes de cartón piedra. Quedan claros desde el primer momento sus motivaciones y sus puntos de vista, no son ni héroes ni monstruos, las mas de las veces todos tienen su parte de razón, resulta díficil repartir las simpatías y los mas idealistas son los que resultan peor finados.

Se recurre a la típica y estandarizada construcción a trozos, por medio de escenas impactantes, tan común en nuestros días que resulta extraño recordar que hubo una época en que el relato continuo reinaba en la literatura. El defecto mas habitual de esta construcción es, a mi entender, que tiene a aumentar la cantidad de paja y de texto irrelevante. Se dedican muchas palabras a describir el escenario de la escena que empieza, hacer una idea de como se ha llegado allí y, en general, se mete mucha paja, para que, por contraste, el final de la escena resulte mas impactante. Kearney evita sucumbir en todos esos usos gracias a una concisión y un uso de la elipsis ejemplares. De tal modo que, una historia que contada de este modo clásico daría fácilmente para unas quinientas páginas, se cuenta en apenas trescientas, y a pesar de ello se toma su tiempo para que los personajes hablen entre ellos, evolucionen, y la acción tenga un desarrollo dramático correcto.

Es pasmoso encontrarse a veinte páginas del final de la novela, que queden tantas cosas pendientes que uno casi espera que llegue el maldito "Continuará" ¡y que los personajes se pongan a hablar! Sin embargo lo hacen y la novela acaba y acaba correctamente. Sin embargo, aunque no da una sensación precipitada, tal vez si que acabe demasiado rápidamente. El triste final de la historia se ve venir, y tal vez todo suceda demasiado deprisa en las últimas treinta páginas. Ese es el único pego que le pondría a esta obra.

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