“Por sendas estrelladas” de Fredric Brown
Poseer ya “Universo de locos” y
“Marciano vete a casa”, este último en la magnífica edición de Bibliopolis, me
hizo prescindir de la adquisición del tomo de las obras completas de ciencia
ficción Fredric Brown que las contenía, aunque ello supuso prescindir también de
esta novela. Finalmente, he recurrido a Internet para solventar esta cuenta
pendiente.
“Por sendas estrelladas” es una
novela sorprendentemente amarga. No hay en ella ni rastro de la ironía de
“Universo de locos”, “Marciano vete a casa” o incluso “El granuja espacial”. La
historia empieza en 1997, en un 1997 imaginado más de cincuenta años antes, que
seria indistinguible de nuestro presente de no ser porque tienen helitaxis,
vuelos en cohetes y la informática no ha alcanzado la omnipresencia de la
actualidad. Bueno, en realidad, se parece más a los años cincuenta. Donde si
acierta por completo es en el descrédito, el abandono y la desidia en que ha
caído la exploración espacial. En ese sentido, la clarividencia de Brown es
desconcertante, acierta plenamente en la pérdida de interés que sufrió el gran
público, después de que, con la llegada a la Luna, los estados unidos dieran
por ganada la carrera espacial, y el derrumbamiento de la unión soviética
hiciera desaparecer la motivación política.
Cuenta los esfuerzos realizados
para poner en marcha el proyecto de la primera expedición a Júpiter, llevados a
cabo, fundamentalmente, por su protagonista, un antiguo astronauta, de casi
sesenta años, que perdió una pierda y se vio apartado de la exploración, pero
que nunca ha dejado de ser un “loco de las estrellas”.
No es una novela perfecta, tiene
multitud de defectos fáciles de señalar. El modo en que, justo al principio,
Max, así se llama el protagonista, se
las apaña para desarticular la carrera de un político corrupto, ganándose un futuro puesto en el proyecto Júpiter, es
completamente peliculero, de tan fácil que le resulta, se hace imposible de
creer. Increíbles también, resultan los personajes femeninos, por lo
tremendamente positivos que son. Además, es una novela muy corta, y sin embargo
le sobran muchas páginas. Brown se eterniza describiéndonos una serie
inacabable de maniobras políticas. Probablemente sean una descripción muy
exacta del funcionamiento de la administración de Estados Unidos, pero en
ningún momento captan la atención del lector y las maniobras de los
protagonistas a veces resultan hasta infantiles. También resultan excesivos,
por lo largos, un par de monólogos de Max, en los que este describe sus puntos
de vista sobre cuestiones filosóficas o científicas (a partir de cierto nivel
ambas materias se mezclan con facilidad). Probablemente esté exponiendo los
puntos de vista del propio Fredric Brown y pueden resultar apasionantes para
los estudiosos de su obra, puesto que su elegante pluma solía evitar este tipo
de fregados y dejar que sus historias hablaran por si mismas, pero, si su
intención era tratar extenderse en estos temas, debió haber buscado un modo mas
ameno de hacerlo.
Demonios, probablemente, ni
siquiera sea una buena novela. Sin embargo, es una novel apasionante y dura,
porque narra la frustración total de las esperanzas del protagonista, y con
ellas las del lector. Hay tres mojones que llevan al final de libro, tres auténticos
disparos metafóricos en la cara de lector. Después de muchas páginas en las que
las cosas han ido viento en popa y parece una de esas novelas de Henlein en las
que los protagonistas son tan listos que todo les sale bien, llega el primero.
Bueno, se ve venir, se iba preparando y algún exceso de sentimentalismo le hace
perder fuerza, pero entonces llega el segundo.
Es difícil de describir, hacerlo
estropearía la lectura de la novela. No hay absolutamente nada en lo leído
previamente que te prepare para cruzar ese segundo mojón. Es una sorpresa
total, que trastoca por completo la idea que tenías de Max y sin embargo,
encaja completamente con lo que ya sabíamos. Es algo tan triste, tan patético,
que querrías que no fuera verdad y, sin embargo, es completamente humano. Es
una revelación genial, que justifica la lectura de una novela bastante floja.
Después de esto, el desconsolado
lector se agarraría a un clavo ardiente por un atisbo de final feliz, y parece
que Brown se lo va a dar. Parece que va a recurrir a un misticismo bobo de
telefilme de sobremesa o serie de televisión para toda la familia. Craso error.
En su lugar, llega el tercer pistoletazo en la cabeza. No hay atajos, no hay
esperanza, solo la cruda realidad, tras la caída, la pérdida final de todas las
ilusiones y esperanzas.
No, en realidad no. La perdida,
aunque inconmensurable, no es total, porque Max mantiene un círculo de seres
queridos que le apoyan y en última instancia, ponen a salvo lo que queda de él.
Finalmente, será la fraternidad la que le salve y, en una conclusión tan triste
como conmovedora, Max alcanza la paz al renunciar a sus sueños individuales,
pero manteniendo a la vez su fe en la humanidad y en el futuro.
Ojalá yo pudiera decir lo mismo.
Tal vez, este libro hubiera
quedado mejor como relato, aligerándolo de páginas y eliminando algunas
subtramas, como ese tercer pistoletazo final, al menos en ciencia ficción,
Brown fue mejor escritor de relatos que de novelas. Incluso hay algunos
paralelismo, en el tono, que no en el argumento, con “Las verdes colinas de la
tierra”, desolación y amargura en estado puro, embotelladas para su consumo en
un puñado de líneas. He tenido que ser deliberadamente críptico para no revelar
ninguno de los mejores momentos de la trama. Como les decía, no es una buena
novela, pero es conmovedora y apasionante.
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