“Terraformar la Tierra” de Jack Williamson


Después de que un meteorito se estrelle en la Tierra, los únicos supervivientes son un reducido grupo de personas, refugiados en una estación lunar. Esta estación es una especie de arca de Noé, que atesora muestras de tejidos de todo tipo de animales y seres humanos, semillas y tesoros artísticos. A lo largo de miles y miles de años, los descendientes de los supervivientes, clonados y educados por reproducciones holográficas de sus ancestros, generadas por un ordenador maestro, acometerán la tarea de restaurar la vida en la tierra. Al igual que en el primer capítulo de Futurama, los clones protagonistas verán resurgir la civilización en la Tierra, solo para volver a extinguirse una y otra vez.
 
Hay un par de cosas que advertir a los posibles lectores de este libro. Lo primero, es que en realidad no es una novela, es una colección de relatos relacionados. Pasada la introducción, en la que se nos cuenta el desastre que acaba con la vida en la Tierra, en cada uno de los relatos se nos cuenta como se cría una nueva generación de clones, como organizan un expedición a la Tierra … y habitualmente como mueren todos sus participantes. Afortunadamente para el lector, la parte en la que se cuenta como crece cada nueva generación se va adelgazando progresivamente, porque siempre se cuenta mas o menos lo mismo y siempre se establecen las mismas parejas y relaciones entre los clones
 
Lo segundo que hay saber, es que, a pesar de la presencia de la palabra “Terraformar” en el título, el proceso de terraformación en si jamás se nos describe con detalle. Los fans de las novelas de Kim Stanley Robinson que busquen algo similar, pero en la propia Tierra, que se abstengan de su lectura. Lo único que hacen los protagonistas es lanzar unas cuantas “bombas de semillas” por la atmósfera y, un par de miles de años después, la nueva generación se encuentra con un vergel.
 
El interés de los relatos es desigual, pero creciente. Los primeros son muy sosos, básicamente, como ya dije, los protagonistas descienden a la Tierra y mueren, pero, poco a poco, van ganando en complejidad e interés. La segunda parte “Ingenieros de la creación” es en mi opinión, la mejor. Un conmovedor relato sobre el abandono y la soledad, envuelto en una bella historia de amor. “Agentes de la Luna” aunque ubicada en la Tierra, es una space opera clásica, a la que sólo le falta el alzamiento final contra la tiranía. El final elegido, por lo trágico, cambia todo el tono del relato. “La Tierra definitiva” y “Adiós a la Tierra” componen una novela independiente, en la que los protagonistas afrontan la extrañeza de un futuro muy, muy lejano, en el que ellos mismos se han convertido en poco más que animales de compañía para la súper evolucionada humanidad de la época, a la que luego sobrevivirán. En estas dos últimas partes hay conceptos e ideas muy atractivos y sugerentes, pero estropeados por explicaciones y desenlaces manidos y sin atractivo.
 
A pesar de haber sido escrito en el 2001, este libro desprende un aroma a la ciencia ficción de la edad dorada, de los tiempos previos al advenimiento de la trinidad Asimov-Clarke-Henlein. La ciencia que aparece es ingenua y en todo similar a la magia. Está escrito en un estilo directo y sencillo, tal vez demasiado sencillo, aunque en ocasiones de una elegancia y belleza deslumbrante.
 
Por el contrario, los personajes resultan lo menos interesante con diferencia. Apenas esbozados o desarrollados, todos ellos tienen muy poco carácter, muy poca personalidad y, normalmente, no despiertan preocupación por su destino. El caso paradigmático son los clones femeninos, Tanya y Dian, tan irrelevantes en la trama que acaban desapareciendo por completo del libro. Seguro que hay incluso quien se indigna por ello, aunque lo mismo ocurre con Arne, que es un hombre. Sorprendente, por cierto, que el ordenador maestro siga clonando a Arne, cuando es más un obstáculo que un activo en la misión. El narrador, Duncan, es un personaje cuya única función es esa, ser el narrador y Navarro tampoco es demasiado interesante. En el fondo, Casey, el polizón, el chino de piel negra es el único personaje retratado con cuidado en el libro y carga sobre sus espaldas con los mejores pasajes del mismo, entre los que se encuentra la imprevista consumación de su historia de amor con el clon de su amada Mona, lograda a través del tiempo y el espacio.

Es un libro agradable de leer, casi diría bonito, con alguna historia muy buena, pero opino que el autor no fue capaz de extraer toda su profundidad al atractivo material del que partía.
 

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