“David Balfour ” de Robert Louis Stevenson

He decidido utilizar como título de este post el nombre del protagonista principal y narrador de las novelas “Secuestrado” y “Catriona” de Robert Louis Stevenson, que acabo de terminar de leer, una a continuación de la otra sin interrupciones.

Los supuestos cuentos completos de Stevenson me dejaron con ganas de mas. Dirigirme hacia “Secuestrado” parecía una elección obvia. La pluma de Stevenson dio a luz al menos tres clásicos de la novela de aventuras: “La isla del tesoro”, “La flecha negra” y “Secuestrado”. Esta última siempre me ha resultado la más difícil de encontrar. Mientras que las otras dos, sobre todo, por supuesto, “La isla del tesoro” forman parte de todas las colecciones de clásicos juveniles que tan a menudo se solían regalar en mi niñez y llegué a tenerlas repetidas, “Secuestrado” aparecía en el catálogo de “Otros títulos de esta colección”, pero por un motivo u otro nunca llegaba a mis manos. Quizá se deba a que su final puede resultar un poco abrupto o que no existan adaptaciones al cine que yo conozca.



Vamos a lo nuestro. “Secuestrado”· cuenta la historia del joven escocés de las “Lowlands”, David Balfour, que, al poco de morir su padre, va a vivir con su tío. Como David es el legítimo heredero de las propiedades de la familia, su tío intenta deshacerse de él haciéndole secuestrar por el Covenant, barco que debería trasladarle como trabajador forzado, léase esclavo, a América.

Toda la parte del Covenant es excelente, la descripción sencilla y creíble del carácter de los marineros, el terrible destino del grumete (para ser un escritor victoriano y una obra enfocada hacia un público juvenil Stevenson no duda en incluir en su obra nada menos que el asesinato de un niño) y la culminación, con una emocionante batalla de dos contra toda la tripulación , seguida de una verdadera catástrofe. Y el artífice que desencadenará esa catástrofe es el personaje más memorable de la obra: Alan Breck.

Alan es uno de esos personajes secundarios que se apoderan de la historia en cuanto aparecen y se convierten en el verdadero protagonista. Orgulloso, valiente, despreocupado, camorrista, embaucador, vanidoso, capaz de una clarividencia sorprendente en ocasiones y en otras de un comportamiento totalmente infantil. El Covenant se las arreglará para echar a pique su bote en medio del mar y a, partir de ahí, se convierte en el héroe de la historia.

El héroe oficial, David Balfour, no puede compararse con Alan. A fin de cuentas, David es casi un niño, sin experiencia de la vida y además un niño puritano con un sentido exagerado del honor y de su propia dignidad. No puede competir con su alocado y excéntrico compañero de viaje, que siempre se las arregla para caer de pie y encontrar la salida oportuna a cada aprieto.

Perseguidos por una falsa acusación de asesinato, la pareja cruza todas las “HighLands” escapando una y otra vez de los casacas rojas y conociendo a todo tipo de personajes pintorescos. Aunque la comparación suene descabellada, en ocasiones me recordaba algunos guiones de Asterix y Lucky Luke de Rene Goscinny, otro genio, esos en los que todos los personajes parece que están locos, menos el protagonista y es éste, la voz de la razón, el único que resulta antipático. Por poner un ejemplo todo lo relativo a la partida de cartas y sus consecuencias es una genialidad y no hay que olvidar la competición de gaiteros. O en otro orden de cosas, el final de la etapa de “Robinson Crusoe” de David.

Por supuesto, siempre me las arreglo para encontrar algo de lo que quejarme. En este caso, lo único que me ha molestado son las descripciones de los itinerarios que siguen los protagonistas. Hay veces que la lectura no tiene sentido sin un mapa de la “HighLands” escocesas. Demasiados parágrafos para mi gusto de fuimos del pueblo A al pueblo B, pasando junto a la ladera de la montaña C, sin describir A, B o C o sin que les ocurra lo más mínimo por el camino. En esos momentos la novela en vez de novela parece una guía de viajes y no demasiado buena.

El final está bien, aunque el triunfo resulte demasiado fácil. Lo malo es que David decide dirimir sus cuentas pendientes con la justicia y con eso acaba la novela.




El hilo de la trama se retoma en “Catriona” en el mismo instante en que lo dejó. “Catriona” fue publicada siete años después de “Secuestrado”. He creído notar una evolución en el lenguaje, Stevenson parece haber refinado sus habilidades durante ese tiempo. En “Catriona” me ha parecido que ha aprendido a tomarse su tiempo, el adecuado, para las descripciones y diálogos, mientras que en “Secuestrado” parecía verse compelido a la acción. Por desgracia, es en lo único que mejora.

Para empezar, Alan Breck está ausente durante la mayor parte de sus páginas. ¡Ay de mi corazón! “Catriona” se sostiene bastante bien mientras narra el empeño quijotesco de David de testificar a favor de James Stewart, a pesar de que dicho testimonio podría acarrearle la prisión o incluso la horca al propio David, acusado de complicidad. David no para de encontrarse con puertas cerradas, a nadie le preocupa la culpabilidad o inocencia del reo, el caso está cerrado desde el principio, el juicio es una farsa y el testimonio de David no sería escuchado, pero no se desea que lo preste y hay figuras dispuestas a llegar muy lejos para impedirlo.
En esta parte hay interesantes reflexiones sobre la justicia, la responsabilidad individual y la política. En ella y en todo el resto de la novela, hay personajes muy bien definidos y una sutil ironía muy disfruta ble. En cuanto termina y James Stewart es ahorcado, con muy poca indignación de David, la novela se va al cuerno.

A partir de entonces, pasa a centrarse en los amores entre David y Catriona MacGregor Drummond, nieta ficticia de Rob Roy (algún día tengo que leer a Walter Scott) Dicha historia de amor me ha resultado, en pocas palabras, insoportable y ni la habilidad ni el genio de Robert Louis Stevenson han logrado salvarla. No sé si mi desconocimiento de la época hace que me pierda algún contexto, pero pocas cosas me parecerán menos interesantes que los malentendidos absurdos que separan una y otra vez a esta pareja de amantes. A un lector moderno no puede menos que parecerle que los tortolitos crean abismos infranqueables a partir de auténticas tonterías. Además sus parlamentos grandilocuentes, sus suspiros y sus lágrimas acaban haciéndose cargantes.

En resumen, esta es una de esas ocasiones que segundas partes nunca fueron buenas.

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