“Cena en el palacio de la discordia” de Tim Powers




Ignoro si está en los planes de Gigamesh reeditar esta novela, pero he tenido la fortuna de encontrarla en mi biblioteca.

Antes que nada, un minuto de silencio. Una nota a pie de página en la bibliografía indica que su información ha sido proporcionada por Juan Carlos Planells. Hacia seis años que nada me recordaba su nombre. El mundo puede ser un lugar muy perro y el tiempo no espera a nadie.

En fin...

Imagino que “Cena en el palacio de la discordia” debe ser considerada una obra menor de Tim Powers. Como mínimo, su extensión es bastante reducida y es una obra atípica. Para empezar, tiene un único protagonista, la trama es lineal y no transcurre en ningún momento de la historia, ni siquiera en el presente, sino en un futuro post nuclear. Además, no busca su inspiración en el pasado, en el folclore o en la ciencia. Eso elimina algo del placer intelectual que suponen las obras de Tim Powers: no hay encaje de bolillos para insertar las peripecias de los protagonistas en medio de acontecimientos reales, ni explicaciones descabelladas a acontecimientos históricos, ni reinterpretaciones peculiares de mitos y creencias. Por una vez en la vida, Tim Powers no intenta rehacer nuestro mundo.

¿Qué nos queda entonces?

El placer de narrar. La aventura pura y dura. “Cena en el palacio de la discordia” es una novela basada en la acción, de corta extensión extensión (son 238 páginas y transcurre en apenas diez días) en la que difícilmente podrían caber mas peripecias y que, a pesar de ello, en ningún momento causa la sensación de apresuramiento o compresión. A cada acontecimiento y cada incidente se le dedica el tiempo justo, ni más ni menos.

Narra la historia de Gregorio Rivas, un músico de un club nocturno que antaño había trabajado como “redentor”, lo que ahora llamaríamos un “desprogramador”, aunque no es exactamente lo mismo. Oficio que consiste en secuestrar a jóvenes adeptos del culto de Norton Jaybush. Dicho culto, más que una secta, es un auténtico estado. Para realizar sus misiones los redentores tienen que infiltrarse en su país, uniéndose al culto y compartiendo sus sacramentos, lo que incluye una imposición de manos que deja a los adeptos reducidos a idiotas babeantes.

Rivas era el mejor en este peligroso trabajo, gracias a lo aprendido cuando él mismo formó parte del culto Jaybush. Ya retirado, es contratado a cambio de una cantidad exorbitante por el padre de Urania, su primer amor para que la rescate, pues se ha unido a los Jay. Durante esta búsqueda, a Gregorio le ocurrirá, como ya he dicho, de todo. Todo saldrá mal, quebrantará sus propias reglas, correrá todo los riesgos que juró no correr y vivirá un auténtico calvario, físico y psíquico, que incluye alguna mutilación.

A pesar de la corta extensión, Powers tiene tiempo de desarrollar un mundo complejo, con algunos escenarios y personajes fascinantes. El “hemoglobin”, por ejemplo, es una creación cien por cien powersiana, de esas que uno piensa que sólo se le pueden ocurrir a Tim Powers y lo mismo ocurre con el propio Norton Jaybush, cuya verdadera naturaleza y el modo en que se revela, son uno de los grandes aciertos de la novela. El final es emocionante. El epílogo, o último capítulo, según se interprete, puede parecer que queda abierto o que cierra perfectamente la historia, con Gregorio Rivas convirtiéndose en la encarnación del heroísmo según Frank Miller. A mi, la verdad, me ha gustado.

Si hay algo que no me ha convencido, sin embargo, ha sido la evolución de Gregorio Rivas. Se supone que es un egocéntrico que sólo piensa en sí mismo que recupera la humanidad a fuerza de traumas y pesares. El problema es que nunca parece tan egoísta. Lo único que nos apunta esa naturaleza es que procura esquivar a las chicas con las que rompe y que regatea por el rescate de la supuesta mujer de su vida. Una vez en marcha, aunque discuta sus motivos y tenga dudas, se comporta como cabría esperar de un héroe arquetípico, cosa que, en el fondo, el personaje es. Eso deja su supuesta evolución en nada. Es difícil que el lector duda de su respuesta, cuando es tentado por el mal, ya que lleva toda la novela viéndolo tomar decisiones éticamente correctas, que lo único que hacen es perjudicarlo.

Si en mi reseña de “La última partida”, me quejaba de que las obras de Tim Powers seguían un patrón que se estaba volviendo predecible, leer “Cena en el palacio de la discordia” ha resultado una experiencia refrescante, pues en ella todavía no han aparecido los esquemas que mas tarde jalonarán sus obras. No hay la primera escena, que aparentemente no tiene nada que ver con el resto del libro y que tardaremos mucho en comprender, ni la ruptura con la pareja justo antes del clímax del libro, por ejemplo. En vez de seguir una formula definida, Tim Powers se suelta el pelo y se deja llevar por el placer de narrar.

A la altura de “Esencia oscura”, aunque para mi gusto un poquito mejor, “Cena en el palacio de la discordia” es, ciertamente, una novela menor, mucho menos compleja y ambiciosa que las que habrían de seguirla, pero muy entretenida y para mi gusto, completamente disfrutable.

Con su lectura, acabo de concluir toda la obra traducida al castellano de Tim Powers, así que me declaro a mi mismo gran maestre de la orden del poder y me otorgo la medalla del lector impenitente e incrédulo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El fin de la muerte” de Cixin Liu

"Mark" de Robin Wood y Ricardo Villagrán

“La era del diamante: manual ilustrado para jovencitas” de Neal Stephenson